El crimen de la salsa picante que cambió de oficio

Fuente: yorokobu (por Jaled Abdelrahim)

Un aplicado empleado del ayuntamiento de Ciudad Juárez (México) pide el anonimato al teléfono. Él y su compañero estuvieron involucrados el día del accidente y no desea que el error trascienda. Por mucho que ahora se haya convertido en un error milagroso. Lo primero es su reputación de excelencia en el trabajo como limpiador de monumentos.

“Estábamos en la hora del descanso y nos pusimos a comer junto a la estatua que estábamos ese día limpiando”, comienza a confesar. “Y así no más, a un compañero se le cayó el bote de salsa Valentina y se le rompió encima de los zapatos de bronce de la estatua. Era la estatua de los trabajadores”, relata con encogimiento el incidente.

A un mexicano no hace falta explicarle lo que es la salsa Valentina. Para los demás, se trata de una marca industrial de salsa de chile picante que invade las mesas, los locales y los refrigeradores de todo el país hasta el punto de haber consolidado el condimento con su nombre propio.

Inmediatamente, ambos profesionales abandonaron su ocioso momento de la comida y se dispusieron a borrar las pruebas. Si se aplicaban, podrían dejar su honorabilidad indemne sin dejar rastro. “Estaba embarrada de salsa, así que comenzamos a limpiarla”, desgrana el hombre. De pronto, ocurrió. “Nos dimos cuenta de que de donde retirábamos la salsa, brillaba. Tan bien, o mejor, de cómo brillaba con el químico que nosotros normalmente usábamos”.

Algo desconcertados ambos operarios abandonaron el lugar de los hechos esa primavera de 2012. Prefirieron no hablar más de aquel asunto. Pero un secreto así no sepulta tan fácilmente sus evidencias. Unas semanas más tarde, el día que ambos volvieron a realizar la limpieza rutinaria del monumento, no daban crédito a lo que veían sus ojos. “Los pies de esa estatua, sobre los que había caído la Valentina, seguían brillosos”, describe el testigo. “Sin embargo, la parte que habíamos limpiado con el químico se había puesto sucia y deslucida”.

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Todo era tan extraño… La circunstancias les sobrepasaban y ya solo quedaba un camino: la huida hacia delante. Lo harían. Tenían que intentarlo. Quizás así terminarían por ocultar aquel maldito accidente de una vez por todas. Decidieron lavar la estatua al completo con su salsa de comida. Después, solo tocaba esperar a que les volviese a tocar la ronda de limpia de estatuas en unos días.

Ya no había dos tonalidades en el monumento a los Trabajadores, pero había sucedido algo “asombroso”, califica el anónimo limpiador. “Esa estatua era la única que seguía brillando”. Llegados a ese punto era absurdo tratar de seguir ocultando el crimen. Asumirían la responsabilidad de haber derramado salsa sobre unos pies de bronce. Más valía pagar por ese pecado que dejar a la humanidad inconsciente de tal hallazgo. “Decidimos hablar con nuestro supervisor”, recuerda el operario. “Al principio pensamos que nos iba a regañar, pero se lo comentamos y nos dijo que volviésemos a intentarlo. Él mismo nos acompañó y nos advirtió de que si le pasaba algo a la escultura nos lo iba a descontar de nuestro sueldo”.

Ahí estaban. Dispuestos a aderezar con kétchup picante un busto de propiedad pública en frente de la autoridad competente. Lo hicieron de nuevo. Valentina no falló, ellos conservaron el sueldo y el supervisor tenía algo que contar en el ayuntamiento. Desde hace un año el consistorio de Ciudad Juárez compra al por mayor salsa Valentina para bruñir las iconografías locales, una decisión con la que le ahorra un 80% del presupuesto en material de limpieza a las arcas.

“Queda más bonito, más duradero”, dice el descubridor. “Además, nosotros nos alejamos de los daños que nos causaba el producto químico con el que limpiábamos, es más fácil y menos trabajoso. Y hacen falta menos empleados para hacerlo. Y para el ayuntamiento, imagínese, el botecito de un kilo de químico pasa arriba de 150 pesos y un litro de Valentina son 30 o 35 pesos no más”.

En esta ciudad mexicana con escasez de recursos económicos y azotada por la violencia, el bote de salsa picante ha supuesto un pequeño aliño a las penas. Temen los dedicados al sector de la limpieza de estatuas que el cambio de gobierno suponga la ruptura con el nuevo método de jabonado culinario.

Mientras, dos hombres ocultan su cara por vergüenza de un viejo error. Un fallo que ahora les convertiría en héroes. Ellos prefieren seguir lavando estatuas en el anonimato, furtivos en ese desconocido mundo del enjuague. Quizás ni siquiera fuese su único crimen.

– Dígame la verdad. Ahora que el ayuntamiento les provee de litros y litros de salsa Valentina, ¿alguna vez ha utilizado los botes que le dan  para aderezar su comida a la hora del descanso?
– Sí. Lo he hecho
(Fin de la llamada)

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Gracias a Lulú Soto y a Dani Antorn por el pase.

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