Archivo mensual: enero 2014

Un niño escala una obra de Donald Judd

On Sunday, a Brooklyn gallery owner snapped this photo of two parents letting their toddler crawl all over a multi-million dollar sculpture by Donald Judd at London’s Tate Modern museum.

Stephanie Theodore, the gallery owner, quickly posted the picture to Twitter.

Theodore also confronted the parents, who were unmoved. «I told the woman the the kids were using a $10mm art work as a toy, she told me I knew nothing abt kids. Obv she doesn’t either,» Theodore tweeted. She also notified the guards at the Tate, who she said were grateful for having it brought to their attention.

Similar sculptures by Judd sold for nearly $3 million at a 2006 auction.

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Sabrosos los comentarios. Seguirlos.

Gracias a Jaron Rowan por el pase.

El Ayuntamiento de Madrid extravía 200 obras de arte

El Ayuntamiento de Madrid ha perdido el rastro a cerca de 200 objetos registrados en el inventario municipal de bienes de carácter histórico y artístico, de los que se sabe prácticamente todo al detalle, incluido su valor económico, excepto el lugar en el que se encuentran. Estos objetos (cuadros, estatuas, mobiliario, tapices, etcétera) forman parte de un catálogo de 6.700 bienes catalogados. Según fuentes municipales, no se trata de obras pertenecientes a las colecciones museísticas del Ayuntamiento sino de objetos que, por su antigüedad o naturaleza artística, fueron incluidos en ese inventario. Este catálogo está siendo sometido ahora a revisión, con vistas a su publicación actualizada el próximo mes de marzo.

El área municipal de Las Artes, de quien depende, asegura que para entonces habrá localizado todos los objetos cuya ubicación ahora desconoce. Sin embargo, y pese a que el inventario se renueva de forma periódica, muchos de estos bienes, los más valiosos, llevan en paradero desconocido por lo menos desde 2003.

El líder municipal socialista, Jaime Lissavetzky, cree que “el Ayuntamiento está incumpliendo su obligación de custodiar los bienes de todos los madrileños”. “Exijo que en el plazo de un mes se hagan constar todos los bienes pendientes de comprobación en el inventario. Es obligado dar de alta y de baja los bienes en cada momento que se producen”, añade.

“El grupo socialista lleva tiempo ya alertando sobre la necesidad de cuidar el patrimonio. Hace cuatro años colaboró en mejorar el control del inventario. Ahora vuelve a comprobar que el PP se salta sus deberes con los madrileños”, zanja Lissavetzky.

La edil socialista Ana García d’Atri añade: “Si constata que faltan bienes, el Ayuntamientodebe denunciarlo. Tiene que caer toda la responsabilidad política y, en su caso, penal sobre los encargados de la vigilancia del patrimonio. En este Ayuntamiento parece que solo está presente la cultura cuando se trata de agredirla o mercadear con ella”.

“No puede haber obras de arte que no sepamos dónde están. Me temo lo peor dado que el cuadro de Antonio de Felipe ni siquiera está inventariado, algo inconcebible, y por lo que cuanto antes alguien debería responder. Esto es un episodio más del desinterés del Gobierno del Partido Popular por la cultura”, considera el portavoz municipal socialista, Jaime Lissavetzky.

La alusión a un cuadro de Antonio de Felipe se corresponde con la presunta desaparición de una obra de ese autor cedida en 1996 a la Junta de Distrito de Retiro. El cuadro, valorado en 12.000 euros, no fue incluido en el inventario de bienes de carácter histórico y artístico. Colgó del despacho del concejal durante años, hasta que un día sencillamente dejó de estar allí y ahora nadie sabe dónde se encuentra.

Algo similar puede haber ocurrido con los cerca de 200 objetos (198, según el Ayuntamiento; 209, según el recuento realizado por este periódico) que figuran catalogados en una localización “pendiente de comprobación”.

Pudieron ser trasladados de lugar sin que se apuntara adónde, por ejemplo. Así, ahora descansarían en un almacén a la espera de volver a su ubicación original o a cualquier otra. O pudieron ser distraídos hace tiempo por amigos de lo ajeno sin que el Ayuntamiento se percatara de ello. En cualquier caso, se trata de bienes de todos los madrileños que el Consistorio ha extraviado. Algunos tienen, además de su supuesto valor histórico o artístico, un presunto valor económico.

En este caso, la cuantía fijada en el inventario debe tomarse con cautela porque se trata del valor de adquisición (una lámpara de techo estilo araña comprada en 1945 por un millón y medio de pesetas, cuando por ese dinero se podía adquirir una buena casa, figura ahora por ese mismo valor, 9.000 euros) o el que se le diera en el momento de inclusión en el catálogo. No se tiene así en cuenta ni el efecto de la inflación ni la apreciación o depreciación del bien por su valor artístico e histórico intrínseco a lo largo de los años. Hecha esa salvedad, la suma del valor de los objetos extraviados roza los 600.000 euros, según su precio en el inventario.

¿Qué objetos están en paradero desconocido? Hay, por ejemplo, dos cuadros provenientes del Museo Municipal; salieron de allí en abril de 1992, y no se sabe nada de ellos al menos desde 2003.

Hay objetos como un candelabro de plata neogótico de medio metro de altura, o dos relojes de pared de madera del siglo XIX. Una lámpara de techo de bronce y cristal del siglo XIX de más de dos metros de altura, o una alfombra de 12 metros de longitud. E, incluso, una mesa de sesiones con 15 sillones a juego valorada en su momento en 60.000 euros.

Hay esculturas, como las 27 piezas de estilo neoclásico del siglo XVIII procedentes del palacio de los Duques de Osuna. Hay pinturas, como un grabado y un dibujo de Eduardo Arroyo, o un retrato del exalcalde Enrique Tierno Galván realizado por José Luis de Palacio y valorado en 18.000 euros. Y arte sacro, como un Cristo crucificado o una copia del famoso cuadro de la Virgen de la Paloma, ambos del siglo XVII. Esas dos obras (de 30.000 euros cada una), como muchas de las más valiosas, ya estaban en paradero desconocido en 2003.

Alberto Ruiz-Gallardón (PP) relevó ese año en la alcaldía a José María Álvarez del Manzano. Inició entonces un meticuloso proceso de inventario de bienes inmuebles y muebles del Ayuntamiento, incluidos los de valor histórico y artístico. En 2008, elaboró una instrucción sobre altas y bajas y gestión del inventario.

Ahora, con Ana Botella en la alcaldía desde enero de 2012, el Ayuntamiento se ha comprometido a localizar esas obras. Algunas llevan tanto tiempo extraviadas, sin embargo, que quizá lo más factible sea aceptar la pérdida. Y reflejarla en el inventario.

Fuente: El País

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La máscara funeraria de Tutankamón, en el Museo Egipcio de El Cairo. Imagen de Kenneth Garrett.

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Turistas en el Pabellón Mies van der Rohe de Barcelona

Desde el 19 de diciembre de 2013 hasta el 16 de marzo de 2014, se puede visitar el proyecto La montaña mágica desarrollado por la artista Lúa Coderch en el Espai 13 de la Fundació Miró de Barcelona, dentro del ciclo de exposiciones Arqueología preventiva, comisariado por Oriol Fontdevila.

En palabras de Lúa Coderch: «Antiguamente se decía que Barcelona se había construido íntegramente con piedra de Montjuïc. Por eso se creía que la montaña tenía una capacidad infinita para regenerarse. Sin embargo, hoy en día esta capacidad se ha transformado en la virtud de producir los significados que la ciudad ha necesitado para desplegarse. Con la Exposición Internacional, los Juegos Olímpicos, el proyecto de la Explanada de los Museos, la Fuente Mágica, el Pabellón Mies van der Rohe, la montaña ha demostrado ser un recurso inagotable para producir la ciudad en lo que a discurso e imaginario se refiere».

La montaña mágica es un relato en 72 capítulos que se extiende a lo largo de los 72 días que dura la exposición. Cada capítulo es una tentativa en torno al llamado “presente histórico”. A saber: las formas en las que una colectividad articula su vivencia de presente con el fin de dar lugar a experiencias memorables. Igual que Montjuïc mismo, la exposición se presenta como una fuente inagotable de transmutaciones, para mostrar en este caso cómo el entusiasmo y la fabricación de expectativas son factores ineludibles a la hora de proporcionar experiencias de presente, al mismo tiempo que también lo son la decepción, la frustración y la sensación de insuficiencia. Paradójicamente, el presente es una necesidad histórica ala vez que -en palabras de Lúa Coderch- es un «tiempo estúpido» e insuficiente para llegar a ser significativo por sí mismo.

Aquí, una entrevista a la artista.

Entre los materiales que presenta, cada día diferentes (vaya curro! y vaya suspense!), hay algunos directamente relacionados con la forma en que los turistas hacen suyos, parodian o intervienen objetos y formas artísticas. Aquí van algunas fotografías, recogidas por Coderch, realizadas por turistas en el Pabellón Mies van der Rohe de Barcelona. Gracias a Lúa por pasárnoslas.

No finjas más, en el fondo todos odiamos los museos

«No finjas más, en el fondo todos odiamos los museos». Por James Durston.
Fuente: CNN México

museo

Cementerios de objetos. Tumbas para cosas inanimadas.

Los suaves y sordos sonidos que hacen los turistas al pasar. Los empleados al bostezar resuenan en sus cavernosas salas y profundos corredores.

Son como las bibliotecas, solo que sin la atmósfera festiva.

Ocasionalmente una voz chillona se escucha en un corredor lejano: «¡No fotos!»; entonces giro para ver algo, cualquier cosa que pueda ser interesante.

Pero no lo es.

El mirar solo por diversión a un turista censurado dice más sobre mi propia situación desesperada que de la suya y, de cualquier forma, pude haber sido yo.

Saco una galleta de su envoltura para recorrer los próximos 45 metros de cucharas cafeteras del siglo XIX y la misma voz chillona suena de nuevo: «¡No se permiten alimentos!».

Siempre he odiado los museos.

Sin embargo, una o dos veces al año, de alguna forma termino en uno, paseo de vitrina en vitrina, leo las pequeñas inscripciones, observo minuciosamente los detalles, hago todo lo que un «buen viajero» hace.

Dos horas más tarde, salgo aburrido, hambriento y mucho menos feliz de estar de vacaciones que cuando entré.

Lo más importante que aprendes en los museos parece ser cómo no administrar uno.

Acumular créditos universitarios fantasma

«Jarrón: Irán. Circa siglo XV», me han dicho una y otra vez, como si esto fuera todo lo que necesito saber.

Como si debiera saber lo que no se dijo.

Como si no fuera a olvidar cada polvoriento fragmento de desinformación en cuanto me aleje.

«La era de las algas: del 1 al 15 de septiembre; entrada, solo 15 dólares (188 pesos)», como si cobrarme por algo que no me interesa fuera un privilegio.

Lo peor es que una atmósfera de esnobismo rodea a todo este mundo.

El confesar que en vez de mirar con desánimo un viejo cáliz para cerveza colocado sobre un pedestal, preferirías beber felizmente en uno nuevo pub, es arriesgarte a que te tachen de ignorante.

Bueno, pues yo me califico solo. Soy un «museófobo».

No es que los sonidos huecos de los pasos sobre los pisos de mármol me provoquen un ataque de ira. Me provocan aburrimiento.

Está claro que las instituciones que están detrás de los museos son valiosas. Hacen mucho fuera de los mohosos confines de sus colecciones, ya sea descubrir nuevos mamíferos en las junglas de Ecuador o crear y desarrollar un enorme banco mundial de semillas. Son el cordón umbilical que une a la historia de nuestro planeta con el futuro.

Sin embargo, dentro de esas criptas, la conexión con la humanidad se queda corta.

El año pasado visité el Museo de Arte Islámico en Doha, un monumento reconocido más por su arquitectura que por su contenido y no es de sorprenderse.

Después de la vitrina 200 que contiene un tazón antiguo —o tal vez un platón o algunos cubiertos, quién sabe… a quién le importa—, decidí que la oportunidad de tomar una foto al otro lado del mundo era lo mejor del sitio.

Estuve en el museo del sexo en Ámsterdam y nunca me sentí menos excitado.

Estuve en un museo de la cerveza en Praga y nunca me sentí menos embriagado.

¿Dónde está la «musa» en todos esos museos? ¿Dónde está el drama?

Millones de dólares por ver una roca

Hice la misma pregunta a los grandes y famosos museos de todo el mundo, incluido el Instituto Smithsoniano, la Asociación de Museos Británicos y el Museo de Australia Occidental.

La mayoría no me respondió, pero Ford W. Bell, presidente de la Alianza Estadounidense de Museos sí lo hizo. Puedes leer su carta completa y sin editar aquí.

Como suele ocurrir, cuando le preguntas a un profesional de un museo cuál es el problema, todo se reduce al dinero.

«Nuestros estudios demuestran que desde la Gran Recesión, dos terceras partes de los museos han reportado problemas económicos», dice Bell.

«Muchos han sido obligados a reducir personal, horarios y programas. En el punto más álgido de la crisis, hasta el Museo Metropolitano de Arte y el Getty —presumiblemente los dos museos más ricos del país— redujeron personal».

Muchos de los mejores y más importantes museos del mundo dependen del dinero público.

El Museo de Historia Natural de Londres necesitó 82 millones de libras esterlinas (1,600 millones de pesos) para operar durante 2012 y 2013 y de eso, casi 46 millones (575 millones de pesos) —el 56%— provino de subsidios del gobierno.

El Smithsoniano recibió financiamiento del gobierno por unos 811 millones 500,000 dólares (10 millones 144,000 pesos) para 2013, lo que representa el 65% de su costo total de operación. Sin embargo, estos museos todavía están entre las mejores actividades «gratuitas» del país.

Los expertos afirman que generan más dinero del que cuestan. «Una estadística que nunca me canso de citar: por cada dólar que el ayuntamiento invierte en las organizaciones culturales como los museos, regresan siete a las arcas del gobierno. Esa es una utilidad que haría desmayar hasta a Warren Buffet», dice Bell.

Es justo decir que no cuestiono los amplios beneficios de los museos, ya sean económicos o de otra índole.

Sin embargo, la política de «recopilar y encerrar» que define a las colecciones visibles —muchas de las cuales ni siquiera están a la vista la mayor parte del tiempo— es la antitésis de una experiencia atractiva.

La exhibición que acaba de inaugurarse en el Smithsoniano es un buen ejemplo.

Souvenir Nation muestra souvenirs de la historia y entre sus objetos más notables está un ladrillo de la casa en la que vivió el presidente Washington durante su infancia, un trozo de la roca de Plymouth que un turista del siglo XIX cortó con un cincel, rizos del cabello de antiguos presidentes de Estados Unidos y una servilleta que perteneció a Napoleón.

Así que este ícono de los museos del mundo exhibe orgullosamente un ladrillo viejo, un antiguo trozo de roca, algo de cabello y una servilleta.

¿Algún otro negocio podría salirse con la suya con esto?

Esto remite al arte moderno más petulante y provocativo, que insiste en que cualquier cosa que los curadores se dignen a poner en el edificio inevitablemente se vuelve «interesante».

Bueno, pues lo siento. Si quieren que pague para rentar una audioguía, comprar un llavero en la tienda de regalos o incluso un libro de 25 dólares (300 pesos) al final de la visita, tienen que hacerlo mejor.

¿En dónde está la relevancia? ¿Por qué, en lugares que se diseñaron para celebrar la vida y su gran variedad, hay tal falta de vitalidad?

Grandiosos para los niños, ¿pero qué hay de los demás?

Durante mi viaje de hace dos años al Museo de la Ciencia en Hong Kong me convencí de que si hubiera un campeonato sobre «La cosa más aburrida que puedes hacer en tus vacaciones», los museos quedarían descalificados por excederse.

Una de sus piezas centrales es una gran pelota que rueda por una especie de montaña rusa en miniatura cada hora. Entre eso y el ladrillo del Smithsoniano, hay un montón de desesperación ardiente.

Claro que algunos artefactos hablan por sí solos.

El Royal Armories en Leeds, Inglaterra, muestra una túnica del siglo XVIII en la que todavía se puede ver la sangre del soldado al que lancearon y probablemente mataron mientras la usaba.

Es suficiente una breve descripción, la imaginación se encarga del resto.

Pero en su mayor parte, los museos tienen que dejar de depender del supuesto valor intrínseco de sus colecciones. No «exhiban» cuando deberían de presumir. Denme una historia. Muéstrenla, no la cuenten.

Los museos parecen haber logrado cierta clase de éxito con los niños.

«Los museos invierten más de 2,000 millones de dólares (25,000 millones de pesos) al año en programas educativos», explica Bell, quien agrega que los museos de Estados Unidos reciben a 90 millones de estudiantes al año.

Parece que los niños se divierten al oprimir botones, jalar palancas y magnetizar burbujas de jabón (justo hasta que dejan de divertirse y se convierten en pequeños bultos chillones de cabello y lágrimas porque están más aburridos que sus papás).

¿En dónde está el equivalente para adultos? ¿Por qué la gente mayor de 16 años, que conforma la mayoría de las personas que visitan los museos, tienen que soportar presentaciones académicas rígidas y áridas, como si la palabra «diversión» estuviera prohibida?

Museos: ¿en dónde está su gozo?

No puedo afirmar que tengo las soluciones, pero tengo ciertas expectativas cuando viajo al pasado cada vez que visito un museo, quiero sentir que estuve allí cuando esas cosas vivían o se usaban, sentir que los fantasmas del pasado me toman de la mano y me muestran el lugar.

En cambio, me siento como en un salón de clases construido con frío granito y la única señal de vida proviene de los turistas.

En la inusual ocasión en que un museo logra transportarme a la historia, al final del recorrido regreso de golpe a la realidad por la combinación de tienda de regalos, cafetería y baños. Nada trastorna más la misión de un museo que un resplandeciente pendón impreso digitalmente que promociona réplicas del David por 4.95 dólares (62 pesos).

La destrucción del arte, de Dario Gamboni

Ediciones Cátedra presenta el libro La destrucción del arte, de Dario Gamboni.

Nota de la editorial: Dario Gamboni realiza, en este examen integral de la iconoclasia moderna, una nueva evaluación de los motivos y circunstancias que hay detrás de los ataques deliberados —tanto por instituciones como por individuos— contra edificios públicos, iglesias, esculturas, pinturas y otras obras de arte en los dos últimos siglos. «La destrucción del arte», que abarca un ámbito internacional e incluye casos ciertamente cómicos y otros muy inquietantes, es, en definitiva, un ilustrativo ensayo sobre las definiciones, en perpetuo cambio y conflicto, del propio arte. Geográfica y cronológicamente, este estudio se centra en el mundo occidental después de la II Guerra Mundial. Pero aspira a indagar la his­toricidad y especificidad de la situación en la cual nos encontramos nosotros mis­mos, para lo cual abordamos también el siglo XIX y los comienzos del XX así como (si bien de forma mucho menos extensa) otras partes del mundo. De hecho, en la premisa, generalmente aceptada, de que la Revolución Francesa marcó un cambio decisivo en la historia de la destrucción y la conservación del arte, pero apoyándo­nos también en el hecho de que los acontecimientos posteriores nunca han sido estudiados en su conjunto, uno de los temas principales de este libro es qué es lo que ha cambiado en el mundo entero desde la Revolución en lo que se refiere a atacar o eliminar obras de arte deliberadamente, y qué nos enseña esto acerca de la manera en que han sido definidas, producidas, valoradas y devaluadas.

Ver ficha de la Ediciones Cátedra.

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The Museum as Muse: Artists Reflect (MOMA)

Fuente: MOMA, 1999

The public museum, since its founding in the late eighteenth century, has enjoyed a complex, interdependent, and ever-changing relationship with the artist. This Web site was created to accompany the exhibition The Museum as Muse: Artists Reflect, which explores this rich and varied relationship through a broad-based, international survey of works about museums and their practices and policies. Focusing on the postwar period, the exhibition also features earlier artists such as American painter Charles Willson Peale, several nineteenth-century photographers, and Russian Constructivist El Lissitzky.

The artists in The Museum as Muse: Artists Reflect have studied nearly every aspect of museums–from their curatorial and administrative policies, to their exhibition strategies and priorities, to their fund-raising practices–using a range of mediums, including painting, sculpture, photography, installation, audio, video, and performance art, to frame their critiques. Many have appropriated aspects of museum practice as a conceptual or formal strategy, and some have even constructed their own personal museums.

The word museum stems from the Greek museion, meaning «house of the muses,» the nine goddesses of creative inspiration. During the twentieth century, the museum has expanded its function as a home or repository for the arts to become a locus for artistic inspiration and activity.

Ver aquí la lista de los artistas con obra en la exposición.

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Espectadores en museos de Berlín

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Fotos tomadas en diciembre de 2013.

 

Una vigilante de museo canta en la sala: «Esto es propaganda»

La vigilante de una de las salas de exposición del Hamburger Bahnhof-Museum für Gegenwart de Berlín canta a plena voz: «Esto es propaganda. Ya lo sabes, ya lo sabes». Se trata de una acción del artista Tino Sehgal. Filmada el 29 de diciembre de 2013.