Archivo mensual: agosto 2014

Sobre lo nuevo y el museo (Boris Groys)

Fragmentos de «Sobre lo nuevo», de Boris Groys (Antología, Traducción de Saúl Villa, COCOM, México, 2013).

Desde luego, esta interpretación de lo nuevo, lo real y viviente contradice una convicción muy arraigada que encontramos en muchos textos de la vanguardia temprana, a saber, que el camino hacia la vida sólo puede ser abierto por la destrucción del museo mediante la aniquilación y la supresión extática y radical del pasado que se interpone entre nosotros y nuestro presente. Esta visión de lo nuevo es expresada poderosamente, por ejemplo, en un corto pero importante texto de Kazimir Malevich: Sobre el museo (1919). En aquel momento, el nuevo gobierno soviético temía que los viejos museos y colecciones de arte fueran destruidos por la guerra civil y el colapso general de las instituciones estatales y la economía; el Partido Comunista respondió tratando de salvar estas colecciones. En su texto, Malevich protestó contra esta política pro-museo del poder soviético haciendo un llamado al Estado a no intervenir para salvaguardar las colecciones porque su destrucción abriría el camino al verdadero arte vivo. Escribió: «La vida sabe lo que hace, y si está tratando de destruir, uno no debe interferir, porque así obstaculizaremos el camino a una nueva concepción de la vida que ha nacido en nosotros. Al incinerar un cuerpo obtenemos un gramo de polvo: del mismo modo, miles de tumbas podrían ser acomodadas en un solo estante del farmacéutico. Podemos hacer una concesión a los conservadores invitándoles a quemar todas las épocas pasadas, teniendo en cuenta que ya están muertas, y a organizar una farmacia». Más tarde, Malevich da un ejemplo concreto de lo que quiere decir: «El fin (de esta farmacia) será el mismo, incluso si la gente examina el polvo de Rubens y todo su arte –una masa de ideas surgirá en la gente y serán con frecuencia más vivas que la misma representación (y ocuparán menos espacio)–. (pp. 12-13)

Nota de NTPF: Es sugerente la relación que se establece entre estas ideas de Malevitch y los textos del anarquista Felipe Alaiz acerca de los efectos de la quema de iglesias barrocas durante los años treinta en España. Alaiz, director en Sevilla del semanario ácrata Solidaridad Obrera, esbozó en 1936 la relación evidente de la iconoclastia anticlerical con la muerte de Dios -un dios que no sólo es el supremo ser metafísico sino que simboliza todos los ordenes de lo establecido, a saber, Estado, Capital e Iglesia-: «El barroco es el estilo artístico que mejor se quema. Estilísticamente no pierde ninguna de sus características propias. Si en Cataluña hemos observado una concordancia entre la ruina misma y su pasado gótico flamígero, en el barroco sevillano son las mismas brasas las que se corresponden con tan magnifico estilo. Si bajo el reinado de dios los altares exultaban de oro, brillantes y especulares, retorcidos en salomónicas columnas, abrumando a la vista con su complejidad compositiva, ahora, tras su muerte y desaparición, la madera calcinada, el grafito vidrioso, la brasa apagándose, el amontonamiento de vigas y enseres con sus líneas quebradas y sus imposibles ángulos nos devuelven este estilo en todo su esplendor”.  Sobre estas cuestiones ver la exposición El d_efecto barroco. Políticas de la imagen hispana (CCCB, 2010), el libro La memoria administrada. El barroco y lo hispano (Katz, 2011), y especialmente el trabajo de Pedro G. Romero en el Archivo FX.

Sin embargo, el desarrollo acelerado de la institución del museo que hemos atestiguado en décadas recientes, sobre todo el museo de arte contemporáneo, ha sido paralelo a la disolución de las discrepancias visibles entre la obra de arte y el objeto profano, una disolución sistemáticamente perpetrada por las vanguardias del siglo XX, particularmente desde los años sesenta. Mientras menos difiera visualmente una obra de arte de un objeto profano, más necesario se vuelve marcar una clara distinción entre el contexto de arte y el contexto no museológico, cotidiano, y profano de su ocurrencia. Cuando una obra de arte se ve como una cosa normal es que requiere de la contextualización y protección del museo. La función conservadora del museo también es importante para el arte tradicional que destaca en un ambiente cotidiano, ya que lo protege de la destrucción física. En cuanto a la recepción de este arte, sin embargo, el museo es superfluo, si no perjudicial: el contraste entre el trabajo individual y su ambiente profano y cotidiano –el contraste a través del cual el trabajo se realiza– se pierde mayormente en el museo. A la inversa, la obra de arte que no se distingue con suficiente claridad de su ambiente sólo es verdaderamente perceptible en el museo. Las estrategias de la vanguardia, entendidas como la eliminación de la diferencia visual entre la obra de arte y la cosa profana, llevan directamente a la construcción y el apuntalamiento de los museos, garantes institucionales de esta diferencia. (pp. 19-20)

La obra de arte vive más y conserva más tiempo su forma original en un museo de lo que un objeto común lo hace en la realidad. Es por eso que una cosa común se ve más viva y más real en el museo que en la realidad misma. (p. 23)

De esta manera, al colocar obras de arte existentes en nuevos contextos, cambios en la exhibición de las obras de arte pueden causar una diferencia en su recepción, sin haber tenido que cambiar nada de la forma visual de la obra de arte. (p. 27)

La diferencia entre las estrategias de arte modernas y contemporáneas es, por lo tanto, relativamente fácil de describir. En la tradición moderna, el contexto del arte se consideraba estable –era el contexto idealizado del museo universal–. La innovación consistía en colocar una nueva forma y una cosa nueva en este contexto estable. En nuestro tiempo, el contexto se considera como cambiante e inestable. Así que la estrategia del arte contemporáneo consiste en crear un contexto específico que puede hacer que una cosa o forma se vea como otra, nueva o interesante; incluso si esta forma ha sido coleccionada previamente. (p. 28)

The Exhibitionary Complex, by Tony Bennett

Tony Bennett, «The Exhibitionary Complex», 1996.

Descargar artículo en pdf.

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La estatua del Presidente mexicano Miguel Alemán

Estatua del Presidente mexicano Miguel Alemán (1946-1952), promotor de la Ciudad Universitaria en el DF. Estado del monumento antes y después de los incidentes estudiantiles de 1960. Alemán está representado con las ropas de Rector.

Fotografías de Enrique Bordes Mangel, 1960.

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El templo

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Destrucción de un orden

En el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (Ciudad de México).

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Las líneas de oro

Casa de los Montejo (Mérida, México).

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Efectos del museo

El Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) de la UNAM, en Ciudad de México, ha actualizado la máxima ciudadanista del museo:

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Si el mayor centro cultural de Filadelfia colgaba en 1997 la siguiente placa en la entrada: «Entre en el museo como visitante, salga como ciudadano», ahora el MUAC entiende que la función de la cultura académica es transformar al visitante ya no en ciudadano, sino en una singularidad individual.

The Roman Room at Met

Paul McDonough, The Roman Room at Met, 1973.
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Is the Museum a Battlefield?

Este trabajo de Hito Steyerl, producido en el marco de la 13ª Biennal de Istambul, toma su punto de partida en su charla ‘I Dreamed a Dream: Politics in the Age of Mass Art Production’ para abordar temas como la industria armamentística, una realidad constantemente reconceptualizada por los medios a través del continuo flujo de imágenes. Este trabajo analiza cómo el museo y el campo de batalla pueden estar relacionados; y la cuestión emerge cuando Hito investiga los rastros de un cartucho de bala encontrado en la zona de la fosa común de Van, en Turquía, donde Andrea Wolf y otros miembros de la PKK fueron ejecutados en 1998.

No debemos olvidar el loop que se produce alrededor de este vídeo: a la vez que las tareas de investigación, producción, edición, así como su posterior proyección, se dieron mientras que sucedían las protestas sociales del país. Además, Hitoy su equipo desentramaron vínculos de los principales espónsors de la Biennal con la indústria bélica.

Para otra lectura sobre este proyecto y la Biennal, lee este artículo de Caterina Almirall.

 

¿Llevar o no llevar los niños al museo?

A principios de este mes, el Young British Artists Jake Chapman despertó una gran polémica mediática a raíz de su afirmación a The Independent «Standing a child in front of a Pollock is an «insult» to the American who pioneered the abstract expressionism. «It’s like saying… it’s as moronic as a child? Children are not human yet».

Ayer salió publicado un artículo de Estrella de Diego sobre este mismo tema que, quizás por ser vacaciones, no ha generado tanto revuelo pero sí copio aquí. También más abajo añado un listado de las noticias publicadas en los medios anglosajones para quien quiera seguir los comentarios.

Personalmente opino que todo este revuelo fue una pataleta de este enfant terrible por lo que ocurrió esa misma semana en Roma: la retirada de su Peggyback del MAXXI museo de arte contemporáneo porqué un grupo defensor de los derechos de los niños se quejó de que esa escultura era pedopornográfica.

Y aunque no estoy de acuerdo con estas acciones, tampoco lo estoy con la actitud snob y paternalista de Jake Chapman.

Piggyback

 

No lleven a los niños al museo

Según el artista Jake Chapman, los padres que llevan a sus hijos a galerías son unos “arrogantes” y cometen un “insulto” hacia Pollock o Rothko

La pequeña bomba informativa ha saltado a la palestra a principios de este mes desde el periódico británico The Independent y a través de las declaraciones del artista inglés Jake Chapman: no se molesten en llevar a los niños a los museos de arte contemporáneo porque es una pérdida de tiempo. Es más: si deciden hacerlo, sepan que como padres son unos “arrogantes” y están cometiendo un “insulto” hacia Pollock o Rothko, complejísimos de entender, sobre todo para un niño. “¿Hay alguien más bobo que un niño? Los niños no son humanos aún”, opinaba Chapman. Además, nada de falsas esperanzas. Tampoco hay suerte con Matisse o Picasso, a pesar de que dichos pintores aspiran a recuperar los trazos infantiles. “Es tanto como decir que un niño entenderá el cubismo porque las pinturas cubistas se parecen al dibujo de los niños. Una cosa no tiene que ver con la otra”, apostillaba el artista.

Los padres que se habían preparado para la visita del domingo por la mañana a la Tate Modern —muchísimos entre bicis y paseo— se quedaban pasmados, supongo, con los niños cogidos de la mano y preguntándose qué plan alternativo se podía buscar que fuera gratis —en una Londres cara donde la oferta cultural también lo es, la permanente de la Tate Modern no cuesta nada— y ocupara un par de horas de entretenimiento infantil. ¿Dónde iban si no podían ir al museo? Sobre todo, ¿hay otros planes para niños que interesen a los padres también? Menuda noticia: echaba por tierra el trabajo de quienes en los últimos veinte años se han empeñado en despertar el gusto por el arte en los niños. No sé…, igual se puede ver pintura clásica —de esa no dice nada Chapman—. La National Gallery, por ejemplo, pues el Británico con las momias ya está visto. Saldrá más caro, pero bueno…

No era la primera vez que este artista, miembro de una generación de niños terribles ya entrados en años, protagonizaba una boutade. Parece cosa de los Young British Artists, presentados en la Royal Academy londinense a finales del siglo XX a través de la exposición Sensation. Young british artists from the Saatchi Collection —lo demuestran las actitudes de otros integrantes como Hirst o Tracey Emin, ambos excelentes en los negocios y que no se caracterizan por su discreción—. Jake Chapman es, de hecho, uno de los dos hermanos Chapman, autores de muñecones con bocas en forma de vagina y narices en forma de pene que fascinaron o desquiciaron a tantos.

Pese a todo, en esta ocasión el artista —que busca fondos para su proyecto actual a través del crowdfunding, lo que hay que ver— se ha pasado al tocar la fibra más sensible de una sociedad como la nuestra, extremadamente consciente de los derechos infantiles y muy preocupada por los programas educativos en los museos. La prensa británica se ha hecho eco y han opinado encargados de los departamentos de educación de la Royal Academy o la National Gallery: los niños sí deben ir a los museos.

Sin embargo, las declaraciones de Chapman no son sólo absurdas en lo básico, en especial porque niegan la capacidad de los niños para entender el arte o cualquier cosa: ponen sobre el tapete el viejo dilema de lo incomprensible del arte contemporáneo, porque si los niños no pueden entender el cubismo ni a Pollock, ¿quién nos asegura que podrán apreciarlo los miles de personas sin formación que van al museo precisamente a formarse? Vayan, pues, tranquilos con los niños al museo y hasta a una galería de arte: tal vez muchos de ellos pasarán por allí sin más, casi con aburrimiento —¡qué pesado mi padre!—, pero luego estará ese niño al cual la visita le cambiará la vida. Valía la pena el esfuerzo.

Noticias en medios anglosaxones:

The Independent

The Guardian

The Telegraph

Hyperallergic

The Spectator