Una lectura de género del vandalismo artístico (2): Feministas frente al espejo.

Fuente: Palomitas en los ojos.

Seriously Damaged by Attack (2009) de EJ Major.

Lynda Nead en su libro The female nude nos cuenta como el 10 de marzo de 1914, una mujer menuda y amante del arte, Mary Richardson, entró en la National Gallery confundida entre la gente que aprovechaba el miércoles como día de visitas gratuito y en la hora en que el museo empezaba a quedarse solitario por el almuerzo se aproximó, rompió el cristal que protegía la obra y acuchilló siete veces La Venus del espejo de Velázquez como un acto de reivindicación, que era explicado así por su autora:

“El primer golpe con mi hacha rompió el cristal protector. Pero, por supuesto hizo algo más que eso, hizo que el detective del museo se levantará de su silla con el periódico aún en su mano y rodeará su lujoso asiento de terciopelo rojo mirando a la cúpula de cristal que acaba de ser reparada. El ruido del cristal también llamó la atención del guarda que en sus frenéticos intentos por alcanzarme resbaló en el pulido suelo y cayó de cara, por lo que tuve un tiempo extra para asestarle cuatro cuchilladas más antes de ser atacada”.

Pero, ¿un acto de reivindicación de qué?. Mary Richardson explicó que había atacado la Venus por el tratamiento que estaba recibiendo Emily Pankhurst líder del movimiento sufragista inglés.  Una mujer que en aquel momento estaba sufriendo prisión siendo además forzada a comer para acabar con su huelga de hambre. Frente a todos estos actos y llevada por su adoración a la líder del movimiento, Richardson alegó en su detención:

He intentado destrozar la pintura de la mujer más bella del pasado mitológico como protesta contra los actos del gobierno que están destrozando al personaje más bello de la historia moderna,  Mrs Pankhurst. La justicia  puede ser un elemento que posea tanta belleza como el color o la línea en el lienzo. Mrs Pankhurst tan sólo busca justicia para las mujeres y está siendo lentamente asesinada por un gobierno de políticos iscariotes.[1]

Palabras que fueron amplificadas en todos los periódicos ingleses y que obligaron al cierre cautelar durante un día de los museos de la ciudad, que desde hacía doce meses habían redoblado su seguridad temiendo ataques de la WSPU (The Women’s Social and Political Union)  y que significaron uno de los momentos cumbres del famoso caso Richardson. Un caso que por su significación representó la imagen popular de la actitud de las feministas frente al desnudo femenino, que en este caso se mezclaba no sólo con la representación heteropatriarcal de una mujer desnuda (joven, elástica y fértil) sino que también tenía una lectura nacional al haber sido este cuadro traído al país por el duque de Wellington en 1806 y que fue comprada por el estado con el dinero de una recolecta pública.

Emily Pankhurst arengando al personal.

A la salida de la cárcel.

Según Lynda Nead  esas palabras subrayan que el ataque se planeó como un acto de venganza, una especie “ojo por ojo” donde si el gobierno seguía maltratando a la bella (o de ideas bellas) Mrs Pankhurst, ella atacaría a una representación de la feminidad considerada bella. Dentro de ese contexto, y dentro de la obra de la profesora Nead, conviene dejar claro que el debate sobre las razones del ataque se centraron en la belleza y no el desnudo per se, causa que fue recuperada en una entrevista muy posterior de 1952 cuando la acusada, que ya había pasado por las filas del partido laborista e incluso del partido fascista inglés,  afirmó “No me gustaba como los hombres la miraban todo el día en la galería”. Aunque probablemente el desnudo de la obra fue un fuerte subtexto tanto para la agresora cuyas cuchilladas parecen un intento por exorcizar o controlar la sexualidad de la imagen, así como para la sociedad tardovictoriana del momento que aprovechó este incidente para asentar toda una dialéctica entre feminidad convencional (desnudo) y desviación femenina (sufragismo).

Todo el mundo sabe ya que el espejo tiene una perspectiva engañosa…

… y que lo que debería reflejar es propiamente al coño…

Volviendo con la “asesina”, Mary Raleigh Richardson (1889-1961), de origen canadiense fue una de las militantes sufragistas más famosas de la época con 9 arrestos a sus espaldas en dos años, en los que como Pankhurst  recurrió a la huelga de hambre y fue forzada a comer. Además estaba con Emily Wilding Davinson cuando ésta se tiró delante del caballo del rey en el Derby de Epsom, muriendo a causa de las heridas y al ser descubierta por la multitud que presenciaba la carrera como una de las causantes del acontecimiento fue agredida por la turba hasta tener que refugiarse en la estación de Epsom. Antes de atacar a la Venus había participado en actos como poner bombas en estaciones de trenes o quemar casas en una época en las que las cosas estaban calentitas según una carta de Emily Pankhurst que decía:

“Las destrucción que trajimos los últimos siete meses de 1914 antes de la Gran Guerra excedieron los del año anterior. Tres castillo escoceses destrozados por el fuego en una sola noche. Se quemó la Biblioteca de Carnegie en Birmingham. “La Venus del espejo” que según mi punto de vista estaba siendo falsamente atribuida a Velázquez y que fue comprada por la Galería Nacional al coste de 45.000 libras fue mutilada por Mary Richardson. La obra de Romney, “Master Thornhill” en la galería de Birmingham fue acuchillada por Bertha Ryland, la hija de una antigua sufragista. El retrato de Carlyle a Milllais [sic] en la Galería Doré se destrozó completamente. Muchas casas de campo vacías fueron quemadas por todo el país (…) estaciones de tren, puertos, pabellones de deporte, pajares fueron incendiados (…) una bomba estalló en Westminster Abbey (…) 141 actos de destrucción fueron recogidos por la prensa los primeros meses de 1914”

El caso de La Venus del espejo es quizás el primero en el que podemos ver la aplicación de todo ese repertorio conceptual que une el ataque a una obra de arte con un asesinato  tanto en el lenguaje escrito como en el visual:

Los periódicos traían descripciones detalladas del ataque, del arma usada y de la naturaleza del daño. En la representación del ataque como un asesinato, la figura desnuda de Venus se convertía en una “víctima” y los cortes en el lienzo eran considerados como “heridas crueles”. Más aún, Mary Richardson fue apodada “‘Slasher Mary”, “Ripper’, “Slasher” (destripadora, acuchilladora) en una conexiones obvias. Los periodistas fueron meticulosos en sus descripciones del suceso y de la extensión de los cortes en el lienzo. “The times” habló de “una herida cruel en el cuello” y de cortes en “los hombros y espalda”. En otras palabras, el ataque fue evaluado en términos de las heridas infringidas al cuerpo feminino más que en términos del daño causado a una pintura valiosa.

 En el terreno del lenguaje visual la prensa publicó en distintas ediciones la siguiente fotografía:

Una fotografía que para la profesora Nead es muy llamativa porque representa la unión de dos conceptos: los signos de violencia en el lienzo junto a la actitud imperturbable y casi auto reflexiva de la belleza femenina[1], haciendo que la imagen sea familiar y al mismo tiempo extraña. En una condición que le iguala a la de los maniquíes de los grandes escaparates de Londres, que también fueron atacados por las sufragistas y que comparten con la Venus su condición de mujer idealizada.

Glass smashing for votes!!!

A la hora de analizar este caso en el artículo de Gridley McKim-Smith que veíamos el anterior post (““The Rhetoric of Rape, the Language of Vandalism”) la estudiosa subraya que toda esa iconografía de la violencia que hemos repasado en la prensa estaba genéricamente marcada: era la violencia de un hombre contra una mujer. Lectura que además viene reforzada por el desplazamiento que se produce al dañar un objeto valioso para subvertir el poder de quien lo posee (la nación, el museo, los hombres), que es también un comportamiento genéricamente marcado como cuando los soldados quemas las casas de los pueblos capturados. Sin embargo todas esas evidencias llevan a esta estudiosa a una serie de jugosas preguntas:

¿Intentó Mary Richardson hacer lo mismo que los soldados invasores al intentar poseer a Venus al destruirla?, ¿al hacerlo llevó a cabo una fantasía sadomasoquista en la que se identificaba al mismo tiempo con el rol femenino y el masculino? ¿esconde su comportamiento un deseo lésbico por Emmeline Pankhurst por quien se llevó a cabo el ataque? Puede que estás preguntas siempre queden sin resolver, pero es también interesante señalar que nunca se realizan.[1]

Un periódico se reía de las nuevas medidas de seguridad en los museos. Durante un breve periodo tras el ataque de Richardson las mujeres tuvieron que entrar a los museos acompañadas.

Si bien la retórica de atacar la pintura como si fuera carne puede resultar veraz a la hora de hablar del estilo de Velázquez que precisamente ha configurado la visión en occidente al ser considerado un maestro de la pintura, de la producción iconográfica, resulta más complicada cuando se traslada a pintores más actuales. Por ejemplo, ¿cómo resultaría dicho planteamiento a la hora de hablar de una obra de Roy Lichtenstein aunque ésta también represente a una mujer desnuda y delante de un espejo?.

En septiembre del 2005, una mujer, una ex prostituta de 35 años con problemas mentales (esquizofrenia) entró en la exhibición de Roy Lichtenstein en el Kunsthaus Bregenz de Austria y armada con un destornillador, pintura en spray y un cuchillo de bolsillo atacó la obra Nudes in Mirror (1994). Según el estudioso Graham Bader en su artículo “Hall of Mirrors, Roy Lichtenstein and the face of painting in the 1960s”, la prensa austriaca (Coburg Neue Presse) informó que el motivo del ataque era que el cuadro era falso, que no era un verdadero  Lichtenstein, algo que fue inmediatamente negado por el comisario y que llevó a Bader a preguntarse “¿Qué tipo de falsedad podría interesar a una prostituta esquizofrénica sin conocimientos de arte?[1]” y a especular sobre los verdaderos motivos del ataque. La interpretación de Bader se basa en que el informe del museo no recoge las palabras del suceso y en que el diagnóstico derivado del análisis psiquiátrico posterior y que según el periódico Neue Vorarlberger Tageszeitung se centraba en que la atacante se vio literalmente reflejada en el cuadro de Lichtenstein. Explicación que transformaría la justificación de la falsedad artística al terreno de la representación del yo: de  “es un falso Lichtenstein” a un simplemente “es falso, no soy yo”.

Esta historia se complica aún más con dos elementos: por un lado y como decíamos anteriormente el estilo no naturalista de Lichtenstein, donde, por ejemplo, se deja ver el grano de la imagen reproducida mecánicamente, no permite una identificación directa que pudiera estar en la base del ataque. Por otro lado, la prensa informaba que uno de los motivos que sí que estaban en esa base se escondía en la publicación en internet de una serie de fotografías desnudas de la atacante contra su voluntad. Elementos que sirve a Bader para especular:

En otras palabras, la pintura es fraudulenta, precisamente porque no era ella, porque –como las imágenes de internet que el artículo periodístico nombra- la aleja de si misma, porque la cosifica como una representación incorpórea de la que su propia persona e intereses han desaparecido. El ataque de la mujer al cuadro de Lichtenstein por su lógica funciona como una queja por ese robo, un llamamiento violento a que ¡¡le devuelvan su yo!!”[1]

Es decir, la identificación se producía en tanto en cuanto ese cuadro representaba un icono, una imagen desmaterializada de una mujer, y lo que se atacaba no era tanto la sensualidad que desprendía como la propia desaparición del cuerpo convertido en signo, en objeto, un proceso paralelo a colgar fotos en internet, más aún si como nos informa el periódico éstas se estaban exponiendo sin permiso.

Pronto más casos de sesuda reflexión, violencia artística, terror y pasión (feminista)…

[1] Barder, Graham, op. cit., p.xviii.


[1] Bader, Graham, Hall of Mirrors, Roy Lichtenstein and the face of painting in the 1960s, MIT Press, 2010, London, p. xv (introducción).

[1] McKim-Smith, Gridley,op. cit., pp. 29-36.


[1] Nead propone una lectura de las miradas dentro del cuerpo que hasta cierto punto subvierte el orden patriarcal.

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