Sábado 10 de la mañana en el DF, México; desde las puertas del Museo Tamayo sale una cola de público de al menos 100 metros de largo y aproximadamente de cinco metros de ancho, que llega hasta la avenida de Reforma: cientos de personas se agrupan y esperan para… Una voz dice por megafonía que “ les recuerdo que esta cola no es nada más que para recoger la cita de acceso a la exposición de Yayoi Kusama, las visitas de hoy sábado y mañana domingo ya están cerradas, y les recuerdo a todos que no se puede elegir hora de visita”. Bien, a los pocos días leo en el periódico que las “más importantes pinacotecas del mundo, las más visitadas, buscan fórmulas para gestionar el acceso de turistas en sus salas”. Así me entero de que la Capilla Sixtina es visitada al día por 22.000 personas; ya no se habla de personas sino de turistas.
Sin duda la Mona Lisa ya está aburrida de ver pasar delante de ella a miles de desconocidos a diario. Los museos tienen overdose de visitas. Claro que sólo unos pocos en el mundo. La exposición de Dalí en el Reina Sofía tuvo 732.000 visitas, 6.615 al día (EL PAIS), museo que por otro lado sólo es el duodécimo del ranking de los más visitados. Por delante están el Museo Británico, la National Gallery de Londres, los Museos Vaticanos, el National Palace Museum de Taipei, la National Gallery of Art de Washington, el Pompidou y el D’Orsay en París Desde 6,7 millones el primero a 3,5 el último. La lista de los menos visitados nunca se hace pública. Miles de museos en todo el mundo están vacíos prácticamente todos los días. No porque su contenido no sea importante, no sea especial, bello, interesante; todos y cada uno de los museos del mundo lo son (exceptuando los de cera y de los deportes, el de la Coca Cola, y alguna otra estupidez, no por absurda menos visitada). Yo he visitado hasta el de Carmen Miranda en Rio de Janeiro en Brasil (precioso), los arqueológicos de toda España, los de Historia, vestimenta, bellas artes (ese genérico en el que entra todo) y, por supuesto, de arte contemporáneo. El problema es, parece ser, la gran afluencia de público a unos pocos, y la pregunta es por qué no potencian a los que no va nadie o casi nadie, esos museos desconocidos, sin personal ni directores famosos, ni campañas de publicidad, ni gabinetes de prensa, ni exposiciones temporales. El problema es cómo controlar a los turistas que como locos acuden a ver lo que sea, es más yo añadiría a esos miles de jóvenes que, también enloquecidos, acuden con sus celulares a hacerse fotos delante de todo lo que se está quieto en un acto semivandálico. Un director de museo español afirma que a él no le gustan las prohibiciones; después de recuperarme del ataque de risa, le digo con todo mi afecto: a mí si, y se me ocurren unas cuantas prohibiciones que harían mucho bien en general al arte. Primero: prohibir los celulares y las fotografías, más aún los selfies que los penaría con trabajos sociales.
Cada vez que en un museo (incluso en una feria) veo a la gente que pasea sin mirar nada, leyendo la guía, haciendo fotos, hablando y riendo entre ellos, tocando las obras, comiéndose un bocadillo, me gustaría convertirme en un Jesucristo postmoderno y expulsarles del templo de la cultura. ¡Fuera de aquí, bárbaros, salvajes, ignorantes¡ La pregunta realmente es ¿para qué sirve un museo? Esos millones de personas en todo el mundo, casi todos ellos etiquetados con el despectivo nombre de “turista” (muchas veces son los mismos en todos los museos) , ¿van al museo a ver arte o a cumplir con las guías turísticas? ¿Las cientos de personas que hacen cola para entrar a ver la exposición de Yayoi Kusama, saben quién es, saben siquiera que es una mujer, tienen idea de que es lo que hace, lo que piensa, saben algo de algo… o sólo van a hacerse selfies? Sinceramente, lo siento, lo dudo profundamente. Con la pésima o nula educación cultural que se imparte en todo el mundo, con la absoluta ignorancia que del arte actual tienen los medios de comunicación, los libros de texto básicos, con la escasa venta de libros especializados y su nula lectura…. Esos millones de turistas en todo el mundo, sometidos a una encuesta imposible dirían que un museo sirve para comprar recuerdos, souvenirs, un paraguas si llueve; para comer, merendar, tomar té o café y pastel, comprar un regalo para llevar a casa, para mamá o para los amigos, sentarse un rato a descansar de tanto pasear por las ciudades, y es que el turismo es muy duro. Lo de ver arte, así de entrada, no se lo había planteado más de un 7% de los visitantes. Antes entrábamos en las iglesias o catedrales a sentarnos sin tener que consumir, los turistas de mi época éramos más discretos (tal vez por no existir aún el selfie). Y esto es, amigos, para lo que sirven los museos hoy. Así que yo casi que prefiero, otra vez, las iglesias y los cines, que están igual de vacíos… aunque a los cines también va mucha gente que no ve la película: come, se besa, se duerme, se meten mano… pero por lo menos no pueden hacerse selfies, todavía.
Fuente: Exit Express
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Los museos en la era del “selfie»